martes, 20 de noviembre de 2012

Alvin York


ALVIN YORK
¿Quién era?

Nuestro héroe nació en un caserío llamado Pall Mall, en el Condado de Fentress, en el corazón rural de Tennessee, en 1878.
Alvin quedó huérfano de padre a muy temprana edad y, a diferencia de su progenitor, quien nunca bebía ni desaforaba, se dedicó en sus años mozos a buscar la compañía de borrachos y prostitutas en los bares y burdeles de la demarcación entre Tennessee y Kentucky.
Cazador y ávido tirador como muchos de sus coterráneos, el futuro sargento York afinaba la puntería en las gallinas de los vecinos. Un “natural” en el uso eficiente de las armas de fuego, Alvin rara vez fallaba, aún bajo los efectos del alcohol. Disipado e iconoclasta, el patán de Tennessee no demostraba respeto por el prójimo o su propiedad. En otras palabras, nuestro personaje, quien tenía como modelo humano a Jesse James, prometía un futuro gangsteril.
Cuando un amigo suyo fue asesinado en una de las citadas peleas, se juró a sí mismo no probar una gota de alcohol y se convirtió en un pacifista. Recibió la carta de alistamiento en 1917, aunque York se presentó como un “objetor de conciencia”… pero su solicitud fue denegada y enviaron su culo a la instrucción básica.
Alrededor de un año más tarde, fue uno de los 17 hombres designados para infiltrarse y destruir una posición fortificada que, con ametralladoras pesadas, custodiaba un tramo de ferrocarril germano. A medida que se acercaban, los artilleros los detectaron y abrieron fuego, destrozando el cuerpo de nueve de los hombres en pedazos.
Lo que queda de York de la compañía.
Los pocos supervivientes que no tenían enormes esquirlas de acero en su cuerpo se escapó, dejando ahí a York recibiendo fuego de 32 artilleros de ametralladoras pesadas. Como dijo en su diario,
“No he tenido tiempo de resguardarme tras un árbol o bajo un arbusto, ni siquiera tuve tiempo para arrodillarme o acostarme. No tuve tiempo de hacer nada, sólo de ver que muchos alemanes me disparaban con ametralladoras pesadas… y de dar lo mejor que tenía. Cada vez que veía un alemán le obligaba a retirarse. Al principio disparaba desde una posición prona, es decir acostado; de la misma manera que a menudo se dispara a los objetivos en las prácticas de tiro que hacíamos en las montañas de Tennessee , y fue casi la misma distancia. Pero los objetivos aquí eran más grandes. No podía fallar ningún disparo a la cabeza o el cuerpo de un alemán, y no lo hice.”
Después de que matara a los primeros 20 hombres( cifra aprox.), un teniente alemán envió a cinco soldados para tratar de reducir o matar a York. Pero nuestro soldado favorito sacó su Colt .45 (en la que sólo tenía ocho balas) y mató a los cinco alemanes con ella, usando según él una técnica de tiro que se asemeja a “disparar pavos silvestres de vuelta a casa.”
En este punto, el teniente alemán Paul Jurgen Vollmer alzó su voz sobre todo el ruido que había y preguntó a York si era Inglés. Véase, en la Primera Guerra Mundial, nadie tomó muy en serio a los americanos, y todo el mundo pensaba en ellos como novatos. Vollmer se figuraba que ese soldado loco debía ser una especie de superman Inglés que mostraba a los débiles estadounidenses cómo se hacen las cosas. Cuando York dijo que era americano, respondió Vollmer “Buen Señor! Si no va a disparar más me rendiré”.

Diez minutos más tarde, 133 hombres llegaron a pie hacia los restos del batallón de York. El Teniente Woods, superior de York en un principio pensó que era un contraataque germano. Hasta que apareció York, saludó a su Teniente y le dijo “el cabo York, los informes con los presos, señor.” Cuando el teniente le preguntó cómo sorprendió y apresó a tantos, York respondió “Honestamente teniente, no lo sé.”
Después de todos los honores, que incluyeron La Medalla de Honor del Congreso, La Legión de Honor, la Medalla Militar con Palmas y la Cruz de Guerra Italiana, junto a otras cincuenta más, Alvin regresó a su natal Tennessee y a su agricultura.

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martes, 13 de noviembre de 2012

La Leyenda de los Volcanes



Las huestes del Imperio azteca regresaban de la guerra.
Pero no sonaban ni los teponaxtles ni las caracolas, ni el huéhuetl hacía rebotar sus percusiones en las calles y en los templos. Tampoco las chirimías esparcían su aflautado tono en el vasto valle del Anáhuac y sobre el verdiazul espejeante de los cinco lagos (Chalco, Xochimilco, Texcoco, Ecatepec y Tzompanco) se reflejaba un menguado ejército en derrota. El caballero águila, el caballero tigre y el que se decía capitán coyote traían sus rodelas rotas y los penachos destrozados y las ropas tremolando al viento en jirones ensangrentados.
Allá en los cúes y en las fortalezas de paso estaban apagados los braseros y vacíos de tlecáxitl que era el sahumerio ceremonial, los enormes pebeteros de barro con la horrible figura de Texcatlipoca el dios cojo de la guerra. Los estandares recogidos y el consejo de los Yopica que eran los viejos y sabios maestros del arte de la estrategia, aguardaban ansiosos la llegada de los guerreros para oír de sus propios labios la explicación de su vergonzosa derrota.
Hacía largo tiempo que un grande y bien armando contingente de guerreros aztecas había salido en son de conquista a las tierras del Sur, allá en donde moraban los Ulmecas, los Xicalanca, los Zapotecas y los Vixtotis a quienes era preciso ungir al ya enorme señorío del Anáhuac. Dos ciclos lunares habían transcurrido y se pensaba ya en un asentamiento de conquista, sin embargo ahora regresaban los guerreros abatidos y llenos de vergüenza.
Durante dos lunas habían luchado con denuedo, sin dar ni pedir tregua alguna, pero a pesar de su valiente lucha y sus conocimientos de guerra aprendidos en el Calmecac, que era así llamada la Academia de la Guerra, volvían diezmados, con las mazas rotas, las macanas desdentadas, maltrechos los escudos aunque ensangrentados con la sangre de sus enemigos.
Venía al frente de esta hueste triste y desencantada, un guerrero azteca que a pesar de las desgarraduras de sus ropas y del revuelto penacho de plumas multicolores, conservaba su gallardía, su altivez y el orgullo de su estirpe.
Ocultaban los hombres sus rostros embijados y las mujeres lloraban y corrían a esconder a sus hijos para que no fueran testigos de aque retorno deshonroso.
Sólo una mujer no lloraba, atónita miraba con asombro al bizarro guerrero azteca que con su talante altivo y ojo sereno quería demostrar que había luchado y perdido en buena lid contra un abrumador número de hombres de las razas del Sur.
La mujer palideció y su rostro se tornó blanco como el lirio de los lagos, al sentir la mirada del guerrero azteca que clavó en ella sus ojos vivaces, oscuros. Y Xochiquétzal, que así se llamaba la mujer y que quiere decir hermosa flor, sintió que se marchitaba de improviso, porque aquel guerrero azteca era su amado y le había jurado amor eterno.
Se revolvió furiosa Xichoquétzal para ver con odio profundo al tlaxcalteca que la había hecho su esposa una semana antes, jurándole y llenándola de engaños diciéndole que el guerrero azteca, su dulce amado, había caído muerto en la guerra contra los zapotecas.
--¡Me has mentido, hombre vil y más ponzoñoso que el mismo Tzompetlácatl, - que así se llama el escorpión-; me has engañado para poder casarte conmigo. Pero yo no te amo porque siempre lo he amado a él y él ha regresado y seguiré amándolo para simpre!
Xochiquétzal lanzó mil denuestos contra el falaz tlaxcalteca y levantando la orla de su huipil echó a correr por la llanura, gimiendo su intensa desventura de amor.
Su grácil figura se reflejaba sobre las irisadas superficies de las aguas del gran lago de Texcoco, cuando el guerrero azteca se volvió para mirarla. Y la vio correr seguida del marido y pudo comprobar que ella huía despavorida. Entonces apretó con furia el puño de la macana y separándose de las filas de guerreros humillados se lanzó en seguimiento de los dos.
Pocos pasos separaban ya a la hermosa Xochiquétzal del marido despreciable cuando les dio alcance el guerrero azteca.
No hubo ningún intercambio de palabras porque toda palabra y razón sobraba allí. El tlaxcalteca extrajo el venablo que ocultaba bajo la tilma y el azteca esgrimió su macana dentada, incrustada de dientes de jaguar y de Coyámetl que así se llamaba al jabalí.
Chocaron el amor y la mentira.
El venablo con erizada punta de pedernal buscaba el pecho del guerrero y el azteca mandaba furioso golpes de macana en dirección del cráneo de quien le había robado a su amada haciendo uso de arteras engañifas.
Y así se fueron yendo, alejándose del valle, cruzando en la más ruda pelea entre lagunas donde saltaban los ajolotes y las xochócatl que son las ranitas verdes de las orillas limosas.
Mucho tiempo duró aquél duelo.
El tlaxcalteca defendiendo a su mujer y a su mentira.
El azteca el amor de la mujer a quien amaba y por quien tuvo arrestros para regresar vivo al Anáhuac.
Al fin, ya casi al atardecer, el azteca pudo herir de muerte al tlaxcalteca quien huyó hacia su país, hacia su tierra tal vez en busca de ayuda para vengarse del azteca.
El vencedor por el amor y la verdad regresó buscando a su amada Xochiquétzal.
Y la encontró tendida para siempre, muerta a la mitad del valle, porque una mujer que amó como ella no podía vivir soportando la pena y la vergüenza de haber sido de otro hombre, cuando en realidad amaba al dueño de su ser y le había jurado fidelidad eterna.
El guerrero azteca se arrodilló a su lado y lloró con los ojos y con el alma. Y cortó maravillas y flores de xoxocotzin con las cuales cubrió el cuerpo inanimado de la hermosa Xochiquétzal. Corono sus sienes con las fragantes flores de Yoloxóchitl que es la flor del corazón y trajo un incensario en donde quemó copal. Llegó el zenzontle también llamado Zenzontletole, porque imita las voces de otros pajarillos y quiere decir 400 trinos, pues cuatrocientos tonos de cantos dulces lanza esta avecilla.
Por el cielo en nubarrones cruzó Tlahuelpoch, que es el mensajero de la muerte.
Y cuenta la leyenda que en un momento dado se estremeció la tierra y el relámpago atronó el espacio y ocurrió un cataclismo del que no hablaban las tradiciones orales de los Tlachiques que son los viejos sabios y adivinos, ni los tlacuilos habían inscrito en sus pasmosos códices. Todo tembló y se anubló la tierra y cayeron piedras de fuego sobre los cinco lagos, el cielo se hizo tenebroso y las gentes del Anáhuac se llenaron de pavura.
Al amanecer estaban allí, donde antes era valle, dos montañas nevadas, una que tenía la forma inconfundible de una mujer recostada sobre un túmulo de flores blancas y otra alta y elevada adoptando la figura de un guerrero azteca arrodillado junto a los pies nevados de una impresionante escultura de hielo.

Las flores de las alturas que llamaban Tepexóchitl por crecer en las montañas y entre los pinares, junto con el aljófar mañanero, cubrieron de blanco sudario las faldas de la muerta y pusieron alba blancura de nieve hermosa en sus senos y en sus muslos y la cubrieron toda de armiño.
Desde entonces, esos dos volcanes que hoy vigilan el hermoso valle del Anáhuac, tuvieron por nombres Iztaccihuatl que quiere decir mujer dormida y Popocatepetl, que se traduce por montaña que humea, ya que a veces suele escapar humo del inmenso pebetero.
En cuanto al cobarde engañador tlaxcalteca, según dice también esta leyenda, fue a morir desorientado muy cerca de su tierra y también se hizo montaña y se cubrió de nieve y le pusieron por nombre Poyauteclat, que quiere decir Señor Crepuscular y posteriormente Citlaltepetl o cerro de la estrella y que desde allá lejos vigila el sueño eterno de los dos amantes a quienes nunca podrá ya separar.
Eran los tiempos en que se adoraba al dios Coyote y al Dios Colibrí y en el panteón azteca las montañas eran dioses y recibían tributos de flores y de cantos, porque de sus faldas escurre el agua que vivifica y fertiliza los campos.
Durante muchos años y poco antes de la conquista, las doncellas muertas en amores desdichados o por mal de amor, eran sepultadas en las faldas de Iztaccihuatl, de Xochiquétzal, la mujer que murió de pena y de amor y que hoy yace convertida en nívea montaña de perenne armiño.

martes, 6 de noviembre de 2012

Alexander Selkirk, el hombre que inspiró a Robinson Crusoe

La historia de Alexander Selkirk es tan estremecedora como apasionante. Y no es para menos, ya que la misma, según se estima, inspiró a Daniel Defoe para escribir su obra maestra.
Selkirk en Juan FernándezNacido en una familia trabajadora de finales del siglo XVII en Escocia, y tras haber vivido una adolescencia marcada por sus problemas contra la autoridad, Selkirk vería su futuro en la mar, no precisamente como mercader sino como bucanero. Su destino sería sellado en 1703, cuando, en plena Guerra de Sucesión Española, Inglaterra comenzara a contratar gran cantidad de corsarios con el fin de dañar las líneas de suministro y comercio enemigas. Selkirk conseguiría el puesto de Sailing Master -una especie de timonel con posibilidad de dar ordenes- bajo el mando de Brian Pickering en el galeón Cinque Ports, uno de los navíos que formaban parte de la expedición liderada por el St. George, capitaneado por el corsario William Dampier.
Así, a finales de año, partirían con la intención de atacar galeones españoles con rumbo a la ciudad de Buenos Aires, expedición que fallaría y, tras haberlo discutirlo fuertemente, los corsarios cambiarían de planes y se dirigirían al Mar del Sur, territorio en el cual la tripulación del Cinque Ports sufriría de escorbuto, pereciendo a causa de la misma 48 tripulantes entre los que se encontraba el capitán. Pickering sería reemplazado por un inexperto joven de 21 años, Thomas Stardling. No obstante, este “percance” no les impediría capturar varios navíos españoles tras rodear el Cabo de Hornos. Algo que, de manera esperable, no limitaría las fricciones entre ambos capitanes y vería a las naves separadas.
Juan FernándezTras llegar al archipiélago Juan Fernández, con el fin de cazar animales y conseguir agua fresca, Selkirk comenzaría a protestar sobre la condición de la nave -algo en lo que estaba cierto, ya que la misma se hundiría al poco tiempo,- y sus intentos por intentar convencer a sus camaradas de desertar y esperar al próximo navío serían interpretados como un amotinamiento.
Selkirk sería abandonado a su suerte en el archipiélago, dejándolo solo con un mosquete, algo de pólvora, una Biblia, un cuchillo y algunas herramientas. De nada valieron sus gritos por clemencia mientras el bote se alejaba, su destino, de ahora en más, sería sobrevivir durante 4 años y 4 meses en un archipiélago inexplorado y solitario del pacífico.
Naufrago
Alexander SelkirkLos primeros meses de soledad vieron a un Selkirk temeroso, quien de hecho, no se movía de la costa, temiendo que la isla estuviese poblada por bestias y, si así lo hacía, perder una oportunidad de rescate. Comiendo solo mariscos y otros frutos del mar a su alcance, la soledad prontamente comenzaría a atacarlo emocionalmente. Razón por la cual la temporada de apareamiento de lobos marinos le serviría como excusa para resignarse y comenzar a explorar la isla.
Con gran esfuerzo, construiría dos chozas a partir de madera de pimiento, y utilizando su mosquete lograría cazar varios animales pequeños, cuya carne y pieles le otorgaban tanto comida como refugio. Su desenvolvimiento era tal, que cuando por las noches comenzó a ser atacado por ratas salvajes, nuestro laborioso naufrago prontamente consiguió domesticar varios gatos salvajes, a los cuales alimentaba a cambio de protección y compañía.

Alexander SelkirkCuando su pólvora se agotó, debió comenzar a emboscar y correr a sus presas, algo peligroso, como demostró el día que tropezó por un barranco y cayó varios metros, quedando inconsciente por varias horas. Para su fortuna, la cabra a la cual perseguía le había amortiguado la caída, ya que Selkirk había caído encima de esta. Así, a medida que pasaban los años, fue improvisando su propia ropa, la cual cosía con un clavo afilado, e incluso, sus armas y herramientas, llegando a reemplazar su cuchillo a partir de uno hecho por el mismo con las partes metálicas de un barril que encontró en la costa.
Sin embargo, la soledad calaba profundo en su mente, por lo que Selkirk hablaba constantemente consigo mismo y rutinariamente leía la Biblia en voz alta para no olvidarse de como hablar. Su miedo, era el de ser encontrado y ser confundido con un hombre salvaje. Para desgracia, las únicas dos naves que habían llegado a la isla durante los cuatro años, eran españolas, y Selkirk temía ser ejecutado al ser considerado como un enemigo de guerra.
Rescate
Su fortuna se vería favorecida en febrero de 1709, cuando el navío corsario Duke, al mando del capitán Woodes Rogers, arribara a la isla. Rogers ganaría gran estima por Selkirk, y anotaría en su diario la destreza que el mismo poseía para cazar cabras. Agradecido por la cantidad de suministros que consiguió para su tripulación, además de rescatarlo le daría el puesto de oficial en una de sus naves, en la cual pasaría varios años recorriendo el mundo. Hasta 1717, donde volvería a su Escocia natal. Al cabo de un tiempo se casaría con una viuda, pero su vida estaba en la mar, lugar en el cual moriría de fiebre amarilla el 13 de Diciembre de 1721, mientras servía como teniente de la Nave Real Weymouth.

FUENTE