miércoles, 5 de septiembre de 2012

Los Jibaros


El mundo que existe al este de los Andes es completamente distinto: la Amazonía con sus tribus primitivas, entre las cuales la más conocida sea acaso la de los jíbaros. Hay nativos que muestran facilidad para adaptarse a los usos de los blancos, mientras otros rechazan toda ingerencia. Los primeros, que reciben el calificativo de "mansos", son de carácter dúctil y astuto, no suelen atreverse a luchar contra la fuerza de la civilización, cuyas ventajas intuyen apenas ven una camisa o un par de pantalones; se aproximan hasta los pueblos de los colonos, comercian, cambian productos, desean zapatos o un fusíl y advierten que el arco y las flechas resultan anacrónicos. Se hallan en fase de transformación y dentro de algunos decenios estarán integrados, o a punto de hacerlo, puesto que mezclan su propia sangre con la de los blancos. Aprenden ciertos métodos de trabajo, si bien el concepto de una ocupación estable les resulta difícil; las escuelas misioneras -católicas y protestantes- les enseñan a leer, a escribir, a contar, pero al mismo tiempo les imponen una regularidad de asistencia que no se adapta muy bien a las características psicológicas del morador de la selva. Poco a poco, sin embargo, la transformación va materializándose de una forma incontrastable.

En cambio la estirpe de los jíbaros rechaza todo contacto externo y se obstina en ubicarse fuera de los confines civilizados; fuerte y orgullosa, esta familia de tribus es temida por todos los clanes, debido a su combatividad y su afición a los cultos sanguinarios. El jíbaro ha dejado las riberas de los ríos navegables, apartándose hacia los afluentes lejanos, defendidos por el intrincado manto forestal; allí custodia su propia cultura selvática, su propia sociedad caracterizada por la poligamia y los ritos de magia.

La mujer es una esclava y está sometida a las más duras fatigas. El varón es un soberano con derecho de vida y muerte sobre la esposa. El jíbaro, que captura el tucán para ceñirse la frente con sus plumas, que lanza contra los peces y los animales las flechas de sus largas cerbatanas, que vigila su cabaña con agudas lanzas y maneja el arco con increíble destreza, es conocido sobre todo por dos motivos: el curare, veneno mortal cuyos secretos de preparación conoce y con el que unta la punta de sus armas, y la reducción de cabezas cortadas a los enemigos para aplacar las almas de los difuntos, tratadas hasta obtener las tzantzas, del tamaño de una manzana. Los huesos del cráneo y de la cara se desmenuzan con la maza y se extraen a través de un corte practicado en la nuca; después la cabeza se pone a secar y luego se sumerge en una salmuera de yerbas, raíces y numerosos vegetales.
Son muy singulares las costumbres funerarias de los jíbaros. No acostumbran enterrar a los muertos, sino que los abandonan en sus cabañas, después de haberlos colocado dentro de troncos de árboles huecos y haberles provisto de comida y bebida.

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