lunes, 4 de junio de 2012

EL AGUA DEL TLACOTE


En 1991 en la comunidad del Tlacote, Querétaro, Jesús Chaín, perforó un pozo de agua para darle de beber a sus animales. Tenía una vaca enferma y para su gran sorpresa, la vaca se alivió tomando el agua del pozo. Jesús tenía sus dudas, pero después un perro con lepra sanó poco a poco bañándose con aquella agua.
Al darse cuenta del fenómeno, la gente de la comunidad comenzó a llegar hasta el pozo solicitando de aquella agua milagrosa, y Jesús les repartía a todos con gran generosidad. Se dice que un hombre desahuciado que padecía cáncer quedó totalmente libre de la enfermedad, según pudo constatar el médico de la comunidad. Y así poco a poco se fueron sumando los testimonios hasta que se creó un auténtico escándalo.
Aquella era una agua de vida que todos ambicionaban beber. La gente de la comunidad, que a diario pasaba tantas y tantas privaciones, ya que vivían como todos los campesinos, esperando que Dios los bendijera con un buen temporal; de pronto encontraron en el agua del Tlacote una fuente de vida. Comenzó a llegar tanta gente que las calles se llenaron de carros y autobuses, y aquellos visitantes requerían de alimentos y muchos servicios. Así que todo mundo se dedicó al comercio improvisado vendiendo de todo: café con pan, menudo, pozole, taquitos, tamales, comida casera, dulces, refrescos, botes para el agua...
Al Tlacote acudieron muchos pobres mezclados con gente de buen vestir. Carros destartalados con placas de quién sabe donde, y lujosos automóviles hasta con matrículas norteamericanas. Vino gente de Japón, Alemania, Los Estados Unidos, España y Argentina. Incluso llegaron grandes personajes como José José, Julio Iglesias, Juan Gabriel y el Magic Jhonson. Todos necesitados de salud.
Se decía que el agua del Tlacote todo lo curaba: diabetes, epilepsia, artritis, cáncer y hasta sida. Por ello más de tres millones de personas acudieron en tropel a beber de aquél líquido mágico y misterioso y muchos millones más la bebieron en muchos países del mundo, llevada por los peregrinos que acudían al pozo de los milagros. La cola para recibir agua fluctuaba cada día entre 5 mil y 10 mil personas.
El rancho era muy limpio y con los edificios muy bien pintados. Una buena cantidad de árboles frondosos proporcionaban excelente sombra a la multitud. Todo estaba perfectamente bien organizado y las colas se movían con gran fluidez. Al llegar había que registrarse, luego la Sra. Chaín, esposa de Don Jesús, y quien era médico; revisaba a cada visitante y decidía la cantidad y dosis apropiadas, recetando agua en forma oral, externa o incluso como gotas para los ojos. Todos la atiborraban con infinidad de preguntas. El trabajo era arduo y agotador, pero la Sra Chaín lo hacía con mucho gusto y dedicación, trabajando sin descanso de 9:30 de la mañana a 3:30 de la tarde todos los días.
El gobierno del estado proporcionó enormes tanques de agua de acero inoxidable para depositar el agua que se bombeaba desde el pozo y de ahí se servía a la infinidad de recipientes plásticos que la gente adquiría con los vendedores del pueblo. Aquello era una auténtica romería, con gente llena de fe y esperanza, tal y como si estuvieran adquiriendo el agua de Lourdes. No faltaron las cámaras de televisión, que llegadas desde muy diferentes países vinieron a capturar la historia, al igual que infinidad de reporteros que hablaban con todo mundo intentado hacer buenos reportajes.
Don Jesús Chahin tenía sus oficinas con enormes archivos llenos de expedientes de los visitantes, con el testimonio de infinidad de enfermos que habían recuperado la salud.
¿Tenía alguna sustancia especial que hacía aquella agua curativa y milagrosa?. Al parecer era agua común y corriente, tal y como los verificaron algunos científicos que tomaron muestras. Era agua de pozo y punto. Pero la gente creía en ella y para muchos era su última oportunidad.
Don Jesús daba el agua gratis, él decía que lo único que le importaba era que la gente se curara, pero después al parecer cambió de opinión e instaló una embotelladora llamada Agua San Salvador y el agua se comenzó a vender a $ 18.00 pesos el garrafón.
Sabrá Dios si fue por eso, o por otra cosa, lo cierto es que de pronto desapareció la magia, se perdió el encanto y el agua del Tlacote perdió sus propiedades, si es que alguna vez las tuvo.
Don Jesús, el dueño del pozo, contrajo cáncer y por más agua que tomó del afamado pozo, no pudo sanar de su enfermedad muriendo el pasado 10 de junio del presente año. La embotelladora sigue en pie, quien sabe hasta cuando, aunque ahora su agua no es más milagrosa que la del lago de Chapala.

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